Si te has comprado un Microsoft Surface Latop o un MacBook Pro y deja de funcionar normalmente, olvídate de meterle mano. Tratar de reparar estos dispositivos es cada vez más complicado, y la culpa es de unos fabricantes que quieren tener el control no solo sobre el hardware o el software, sino también sobre las potenciales reparaciones que necesiten esos productos.
No solo Apple, Microsoft, Sony o Samsung nos lo ponen crudo para reparar nuestros dispositivos: todo tipo de empresas en todo tipo de ámbitos —que se lo digan a John Deree— quieren restringir nuestros derechos sobre lo que compramos. Hemos llegado a un punto en el que cuando compramos un producto, éste no es nuestro: solo podemos usarlo (un poco).
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Ni tus productos son tuyos, ni los puedes reparar
Te compras un smartphone y lo disfrutas hasta que empieza a ir más lento (sea por lo que sea) o se rompe. Te compras un Tesla y si lo usas para trabajar de chófer olvídate de cargarlo en los supercargadores. Te compras el último álbum en formato digital de tu artista preferido y no puedes prestárselo a alguien o transferirlo a cierto dispositivo. Te compras una impresora y no puedes usar cartuchos o tóneres que no sean los oficiales.
La situación se está comenzando a volver casi absurda, porque además de las restricciones que imponen los términos de uso de todos esos productos, saltárselos para usarlos como nos dé la gana es cada vez más difícil. Eso incluye, claro, a las reparaciones de nuestros productos y dispositivos, que se están convirtiendo en un terreno cada vez más polémico por la obsesión de las grandes de la industria de controlar también cómo reparamos nuestros productos cuando se rompen.
Poder trastear con un producto electrónico y hacer un poco de ingeniería inversa casera no solo alarga la vida de esos productos, sino que ha sido en algunos casos el germen de algunas de las empresas que tenemos hoy en día. Los fundadores de Apple cacharreaban con productos electrónicos en el Homebrew Computer Club, y esa inquietud y curiosidad hacker ha sido fundamental para que muchos emprendedores antes y (bastante menos) ahora se formen y aprendan de forma independiente.
Eso está comenzando a ser cada vez más difícil por las férreas políticas de empresas como Apple, Microsoft, Samsung o Sony, que invalidan garantías casi por mirar sus productos con un destornillador en la mano.
Los métodos que siguen estos y otros muchos fabricantes se han vuelto cada vez más sofisticados, y hemos pasado de la integración de barreras físicas (tornillos especiales, conectores propietarios, componentes soldados o simplemente pegados con pegamento sin piedad) a las que ahora impone el software.
Hacer lo que quieras en un iPhone es posible gracias a un jailbreak que cada vez es más complicado (y menos frecuente) realizar, y esa fuerte integración del hardware y el software en productos como el iPhone, un Pixel 2 o un coche de Tesla hace que meterle mano a estos productos tenga un riesgo importante: si lo haces puedes acabar inutilizando productos cuyo firmware está mucho más protegido de curiosos que el hardware.
Los "destornilladores" para modificar el software propietario de estos y otros muchos productos son más escasos y complejos, y las empresas no solo no aflojan en ese sentido, sino que cada vez integran más componentes software para desanimar al más pintado. Los chips y software que comienzan a ofrecer ciertas ventajas de la inteligencia artificial a nuestros dispositivos (como la fotografía computacional de los Pixel 2 de Google) son un buen ejemplo de ello.
Mejor no lo toques, ya lo hacemos nosotros (por un precio)
Como señalaban nuestros compañeros de Applesfera, los responsables de Apple tienen argumentos específicos para desaconsejar esa práctica. Por ejemplo, intentar manipular componentes como las baterías podría resultar en que estas exploten, pero es que además aunque uno efectivamente puede intentarlo, al hacerlo invalidará la garantía del producto: una vez lo tocas, Apple (como otras muchas) se lava las manos si tienes algún problema posterior.
La actitud de esta y otras empresas en todos los ámbitos es siempre la misma: debes llevar tu dispositivo a un servicio autorizado u oficial, que normalmente es bastante más caro que una alternativa "oficiosa" y que además no siempre te solucionan el problema o lo hacen añadiendo un sobrecostes por la sustitución de partes y componentes que ni siquiera estaban defectuosos.
Eso hace que los ingresos de estas empresas no paren de crecer, pero lo hacen a costa de productos que podrían seguir funcionando en muchos casos si se facilitasen tareas de reparación asumibles por parte del usuario final. Al no hacerlo estas empresas plantean una amenaza directa al medioambiente por la gestión que esos residuos impone con tanto producto desechado.
Que sí, que los productos se rompen antes de lo que solían hacerlo
No solo eso: el impacto de esas barreras a que podamos reparar nuestros dispositivos están creando un efecto estupendo para las empresas y muy perjudicial para el medioambiente. Reparar algo por nosotros mismos se ha vuelto tan difícil y complejo que en muchos casos acabamos tirando ese producto defectuoso a la basura para comprar uno exactamente igual —o su versión más moderna—, pero nuevo.
Es lo que afirma el Öko-Institut, que en un estudio revelaba que la tasa de productos vendidos para sustituir a otros defectuosos (y no como primera compra) creció en Alemania del 3,5% en 2004 al 8,3% en 2012.
La situación es preocupante, porque como indicaban en iFixit, tus productos se rompen antes de lo que lo hacían hace años. Aquí aludían a la ya conocida (y maldita) obsolescencia programada, diseñada para impulsar a los usuarios a comprar algo un poco más nuevo antes de lo que realmente sería necesario.
La European Economic and Social Committee (EESC) ya planteó en 2013 la prohibición total de la obsolescencia programada, y en esos esfuerzos realizaron estudios adicionales como el que indicaba que las ventas se incrementan un 56% cuando un producto está marcado con la etiqueta "larga duración".
Luchando por el derecho a reparar
La Repair Association de Estados Unidos quiere que se aprueben leyes para apoyar el derecho a la reparación. Esto haría que las empresas en todo tipo de industrias tuvieran que facilitar a los consumidores y a las tiendas tanto documentación como herramientas y componentes que ya ofrecen a los servicios autorizados.
Para luchar contra este tipo de iniciativas, empresas como Apple siguen una cuidada estrategia: por un lado presionan a los gobernantes de estados como Nueva York o Nebraska y les convencen de que aprobar algo así llenaría este estado de "hackers".
Por otro envían máquinas de reparación de pantallas a varias tiendas autorizadas para demostrar que reparar pantallas rotas ya es mucho más accesible para los usuarios (ya no tienen por qué ir necesariamente a una Apple Store), e incluso cuentan con robots como LIAM para desensamblar iPhones a la hora de reciclarlos.
Las cosas, como revelaban en The Economist, no pintan bien para los consumidores, que en lugar de tener más derechos sobre los dispositivos y productos que compran cada vez tienen menos.
La "digitalización" de muchos productos (música, juegos, películas, series) ha contribuido a crear un nuevo tipo de bienes que aunque compremos solo nosotros podremos disfrutar (nada para nuestros herederos), y que además tampoco poseemos del todo, porque no podemos revenderlos, transferirlos a otros dispositivos o remezclarlos.
La amenaza es evidente, y aunque en la Unión Europea las iniciativas que defienden parte de nuestro derecho a reparar son interesantes, no parece que estas estén causando efecto en esas políticas restrictivas de Apple, Microsoft o Samsung, por citar los ejemplos más relevantes. Siguen haciendo productos que se lo ponen muy difícil hasta los expertos de iFixit. Mal asunto, queridos lectores.
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